Las zapatillas rojas

Ante el ritmo impuesto por un sistema en el que todo es poco, nada es suficiente, hay que cuidar "las viejas zapatillas rojas" que iremos reconstruyendo al ritmo que marcan nuestros deseos...o vivir en esa mezcla de ciudad entre Manhatan y Albacete, como dice Edgar que pasa con la Gran Vía.




"Había una vez una pobre huerfanita que no tenía zapatos. Pero supo coserse un par de zapatillas rojas y toscas que la hacían sentirse rica y feliz. Un día pasó por el camino un espléndido carruaje con una anciana, quien le propuso llevarla a su casa. La niña se dejó llevar, la lavaron y peinaron, le dieron maravillosa ropa y unos relucientes zapatos negros. Y tiraron sus viejas zapatillas hechas a mano.

El día de su confirmación la anciana la llevó a hacerse unos zapatos especiales. La niña vio unos relucientes zapatos rojos y pidió ésos, y como la anciana tenía muy mala vista, no se percató del color y accedió. Al día siguiente la niña entró en la iglesia con ellos. Un viejo soldado de barba pelirroja le guiñó un ojo: “No olvides quedarte para el baile”, le dijo.

De allí en más la niña no pudo parar de mover sus pies, como si hubiera perdido por completo el control de sí misma. Bailó y bailó sintiéndose en la gloria. Hasta que intentó girar hacia la izquierda y los zapatos insistieron en bailar hacia la derecha y la llevaron calle abajo, cruzaron los campos llenos de barro y llegaron a un descampado sombrío. Allí la esperaba el soldado de la barba pelirroja: “vaya, qué zapatos tan bonitos”.

Y la niña bailó y bailó, sin cesar. Pero ya no era un baile bonito. Era un baile terrible pues no había descanso para ella. Y así llegó bailando hasta el cementerio y un espantoso espíritu le dijo: “bailarás con tus zapatos rojos hasta que te conviertas en un fantasma, la piel te cuelgue de los huesos y no quede más de ti que unas entrañas que bailan. Cuando la gente te vea, huirá espantada”.

Agotada y horrorizada llegó bailando hasta el bosque en el que vivía el verdugo. “Por favor”, le suplicó, “córteme con su hacha los zapatos para librarme de este horrendo destino”. Pero aunque el verdugo cortó las correas, los zapatos seguían en los pies. Entonces la niña le dijo que su vida no valía nada y que por favor le cortara los pies. El verdugo así lo hizo, y los zapatos rojos con los pies dentro siguieron bailando a través del bosque. Y la niña, convertida en una pobre tullida, tuvo de allí en más que mendigar por su vida".

Hans Christian Andersen

Dame más gasolina



La realidad


Un bloqueo en el estómago hace que tenga problemas para respirar desde hace días. No sé por qué no quiero que desaparezca, y mi mente se contiene en ese punto para que no deje de suceder. Me parece que cuando deje de sentir eso no quedará nada, sólo la impotencia de no tener nada que sentir. Yo hoy tampoco quiero ser feliz.


Ilustración de Joseba Elorza