El día de su confirmación la anciana la llevó a hacerse unos zapatos especiales. La niña vio unos relucientes zapatos rojos y pidió ésos, y como la anciana tenía muy mala vista, no se percató del color y accedió. Al día siguiente la niña entró en la iglesia con ellos. Un viejo soldado de barba pelirroja le guiñó un ojo: “No olvides quedarte para el baile”, le dijo.
De allí en más la niña no pudo parar de mover sus pies, como si hubiera perdido por completo el control de sí misma. Bailó y bailó sintiéndose en la gloria. Hasta que intentó girar hacia la izquierda y los zapatos insistieron en bailar hacia la derecha y la llevaron calle abajo, cruzaron los campos llenos de barro y llegaron a un descampado sombrío. Allí la esperaba el soldado de la barba pelirroja: “vaya, qué zapatos tan bonitos”.
Y la niña bailó y bailó, sin cesar. Pero ya no era un baile bonito. Era un baile terrible pues no había descanso para ella. Y así llegó bailando hasta el cementerio y un espantoso espíritu le dijo: “bailarás con tus zapatos rojos hasta que te conviertas en un fantasma, la piel te cuelgue de los huesos y no quede más de ti que unas entrañas que bailan. Cuando la gente te vea, huirá espantada”.
Agotada y horrorizada llegó bailando hasta el bosque en el que vivía el verdugo. “Por favor”, le suplicó, “córteme con su hacha los zapatos para librarme de este horrendo destino”. Pero aunque el verdugo cortó las correas, los zapatos seguían en los pies. Entonces la niña le dijo que su vida no valía nada y que por favor le cortara los pies. El verdugo así lo hizo, y los zapatos rojos con los pies dentro siguieron bailando a través del bosque. Y la niña, convertida en una pobre tullida, tuvo de allí en más que mendigar por su vida".
Hans Christian Andersen